domingo, 13 de noviembre de 2011

LÍNEA 10

Fue en la boca del metro,
tú fumabas y mirabas la gente pasar,
y pasaba mucha gente.
Me senté a tu lado,
disimulé, mal, como siempre.
Me preguntaste la hora.
Era medianoche.
No recuerdo los detalles,
pasamos las horas deambulando.
Tu sonrisa desvelaba sorpresa,
mis dedos deseaban tocarte.
Llegó la hora de los dementes:
ruido, sirenas y cuerpos;
sólo cuerpos moviéndose
por las calles desiertas.
Nosotros no,
no éramos sólo dos cuerpos.
Éramos dos viajeros,
dos extraños al margen de la extrañeza
de conocerse sin más,
dos extraños que se buscan,
dos locos, quizá,
aburridos de un sino cansino,
tan sutilmente avocado al desastre.
La música bullía
desde algún sótano cercano,
un ritmo suave, tibio, luminoso.
Dijiste:
–Sabes...
me gustaba tocar el xilófono.
Abría los ojos,
miraba la luna llena,
y en la noche golpeaba
las láminas de madera,
verde, azul, rojo, naranja y amarillo.
–A mí me gustan las palabras–,
te dije.
Y ahora soy incapaz
de sacarlas de mi estómago.

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